
Se terminó la ilusión, el sueño, las ansias de llegar a lo más alto. Llegó a su fin tras el empate en 1 en la noche de este Jueves en el Municipal de Ayacucho entre Sarmiento y Germinal que enfrentará a Villa Mitre en la Semifinal del Ascenso. Ante una multitud que respaldó al representativo del pueblo, el rojinegro sacó ventaja con el gol de penal de Ciarniello y no pudo estirar diferencias para llevar el juego a los penales y en una contra letal, lo empataron los chubutenses. Fue un extraordinario partido de fútbol, con los arqueros como figuras descollantes.
Gran orgullo deben sentir este grupo pequeño de dirigentes, tildados con distintos adjetivos calificativos por haber encarado semejante empresa. Ellos, con mucho amor propio, con mucho sentimiento por los colores, sacando todo de sí, lograron armar un plantel que más allá de haber sido muy corto, supo hacerse fuerte, supo ser respetado, reconocido, competitivo, de esos que el resto no quiere enfrentar por lo que exige a su rival de turno. Comandado por un Horacio Giangiobbe que hizo sus experiencias en las grandes ligas como ayudante de Juan Pedro Erreguerena, muchos sostuvieron que le faltaba roce como cabeza del cuerpo técnico pero él, “el Bocha”, un tipo muy querido en el ambiente, bonachón, de gran corazón, apareció para ponerle el pecho a las balas cuando el DT contratado en el inicio de la pretemporada como Álvarez se fue.
Él supo conducir los destinos de este grupo de muchachos que lograron encariñarse con el pueblo. Muchos cuestionaron que no había mayor cantidad de jugadores locales, pero quien podrá discutir que la gran mayoría que arribaron como refuerzos no se metió los colores de la camiseta y el sentimiento de Ayacucho en su corazón. Quién podrá decir algo de Nicolás Baez, el pampeano de Doblas que llegó el año anterior con la intención de quedarse, de radicarse en Ayacucho, aún incluso negándose a propuestas que le puedan llegar ya que es sin ningún lugar a dudas de los mejores goleros del fútbol del ascenso.
A quien se le puede ocurrir decir que Gabriel Cantero, este pibe humilde, callado, llegado desde Reconquista, Santa Fe, hace ya un par de años, no trazó su vida en Ayacucho; o Mariano Disipio, que desde la cercana Tandil viajaba hasta en su propio auto a los partidos afuera, arriesgando mucho más de la cuenta. Párrafo aparte para el Negro Otemuro, un pibe que siente de manera muy especial la camiseta, que sigue en el fútbol porque Sarmiento sigue, que se levanta todos los días a las 4 de la mañana para trabajar en el puerto marplatense, que deja su laburo y entrena para que le llegue el Domingo y no regalar nada.
Flores supo meterse en el grupo porque es un pibe de barrio, de pueblo, desde su Batán natal. O bien, quien podrá cuestionar los pibes de Rauch como Maldonado y Caballero, quienes ya son dos “ayacuchenses más”. Un chichón que metió de manera increíble, que fue otra vez figura por su entrega y se fue de la cancha con su familia ya construida en Ayacucho con los ojos llenos de lágrimas; o el mismo Gula, que por personalidad, por experiencia, por entrega, por el sacrificio de viajar todo el año a La Plata ida y vuelta dividiendo su vida privada con su gran amor por el fútbol.
Lógicamente que nadie podrá acotar nada sobre el rosarino Maxi Ciarniello, quien tuvo una segunda parte del año rutilante, sobresaliente, que está desde el primer minuto en esta empresa del Federal B y que terminó en cuclillas en el círculo central tras la eliminación, con la voz entrecortada aceptando las preguntas del periodismo, para luego fundirse en un abrazo sentido con el resto de los muchachos. Hasta el propio Silva fue de manera ascendente en el sentimiento y terminó dejando una gran imagen de entrega. Y nadie podrá regañar a Jonathan Cayumán, un pibe que vive del fútbol y toma su paso por Sarmiento como un escalón más hacia su sueño, pero que mientras jugó lo hizo de gran manera a tal punto de convertirse en el goleador del equipo.
Y qué agregar de los que nacieron acá, de esos que en cada Domingo están sus mujeres, sus hijos, sus padres, sus hermanos, los tíos, los abuelos, los amigos del barrio, de esos que hoy, a horas de terminar el juego y el camino en este Federal B, piensan que se terminó todo como el mismo Nicolás De la Vega que con una rodilla maltrecha siguió igual, con su hombría como aquella noche donde ante Agropecuario de Carlos Casares inició la remontada histórica de pasar estar 3 abajo a ganarlo 4 a 3. O un Lucho Lorenzo en su recta final como futbolista, se fue de la cancha con la amargura más que visible en los ojos tras un gran partido suyo. O Abelito Najurieta, este pibe con quien resulta imposible no encariñarse, que fue a todas, incluso hasta las que sabía no podría llegar. También entran en el mismo análisis el resto de los pibes como Juancito Ledesma, que cuando lo llamaron dio el presente y rindió, además de que siente la camiseta por su historia familiar en el club, al igual que Joaquín Didio o el mismo Pai Cedarri.
Quizás la vitrina del club no logre tener un premio más, pero la vitrina del corazón de estos muchachos se lleva un gran premio, quizás el más valioso, el que perdurará en el tiempo, ese aplauso bien ganado, ese reconocimiento de la gente por la entrega, por la lucha, por la hombría, por no sentirse nunca vencidos, por ir a todas. Ayacucho, sí, todo un pueblo, como hacía tiempo no se veía en la cancha, con unas 1500 personas, se quedaron en la salida de los vestuarios para aplaudir de pié, reconociendo la humildad, sabiendo que hayan nacido o no en estas tierras, ya son nuestros, de nuestro pueblo, bien de Ayacucho.
Por Sergio Loscalzo, Co propietario de Ayacuchoaldia.com.ar

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