A sólo 15 kilómetros de Quilmes, 37 de San Isidro, 47 de Moreno, 52 de La Plata, y 79 de Brandsen, se encuentra «una isla que no es isla». Ubicada en el municipio de Avellaneda, Isla Maciel atrapa la curiosidad de turistas con la identidad industrial y portuaria que la caracteriza. ¿La Boca bonaerense?
Circuitos, memoria, nostalgias y un renacer compartido
Hasta mediados del siglo XX, el territorio estaba separado del partido de Avellaneda por el arroyo Maciel que, en la actualidad, está casi totalmente entubado. Rodeado por el Riachuelo, que consolida su apariencia insular, en la memoria popular la Isla Maciel sigue siendo una isla.
Antiguas viviendas de chapa y material pintadas de una infinita variedad de colores y calles empedradas hacen a este barrio histórico. Allí, aún se puede vivenciar el trabajo obrero de inmigrantes genoveses vinculados a la construcción de barcos.
Las quintas para la siembra y la primera empresa naviera comenzaron a funcionar a mediados del siglo XIX, junto con los frigoríficos y curtiembres. «Los vecinos abren sus puertas con relatos sobre el lugar y, con su participación activa, promueven la valorización del patrimonio ambiental y cultural del Riachuelo», aseguró Andrea Franco, subsecretaria de Turismo local.
«La experiencia principal es que quienes nos visitan puedan generar vínculos y tejer redes con la comunidad porque de eso se trata el turismo», agregó.
El Puente y sus Dos Orillas es uno de los circuitos destacados los viernes y sábados. Se trata de un recorrido histórico-patrimonial por la cuenca baja que une, a través de un cruce peatonal, a La Boca con la Maciel. Los guías del municipio acompañan la travesía pedestre por el casco histórico, entre infinidad de murales, escenografías donde se filmaron películas como La Mari, El suplente y La Botera; el emblemático estadio de San Telmo y el Polideportivo Tres de Febrero, con su enorme pintura homenaje a Diego Maradona.
Una casa de carpinteros convertida en museo
En un rincón de este barrio histórico, un conventillo, un taller de chapa y pinotea, y un amable vecino que recupera botes invitan a conocer el oficio. La historia comienza en 1892 con la primera generación de inmigrantes de la familia Eusebi, quienes llegaron desde el pueblo de Ancona, Italia, cargados de sueños. En el puerto de Génova pensaban en los nuevos horizontes del otro lado del Atlántico. «Es mágico relatar esto, acá vino mi bisabuelo carpintero y fue uno de los primeros 160 habitantes de la Isla Maciel, el barrio más antiguo de Avellaneda. Luego mi abuelo y, más tarde, mi padre, siguieron con el oficio de la carpintería en el arreglo y creación de botes y casas», contó Horacio Eusebi.
El añejo taller familiar se convirtió en el fascinante Museo Carpintero de la Ribera -IG/FB @museocarpinteroderibera-, cuyo objetivo es que los y las turistas puedan conocer las herramientas que utilizan y compartir experiencias, mientras la música suena desde una vitrola.»Homenajeamos a Gardel -mi viejo era muy gardeliano- y tenemos un busto del cantautor en nuestro patio», comentó.
En 2023, Horacio junto a vecinos del lugar y del distrito se reunieron para diseñar circuitos turísticos. Con la nueva apertura del Puente Nicolás Avellaneda comenzaron a llegar visitantes, grupos escolares y universitarios. «El entusiasmo de la comunidad fue tan significativo que se armaron emprendimientos para dar un fuerte empuje a la actividad turística», agregó.
Un pasaje con siglos de historia para caminar, visitar conventillos, vivenciar oficios y conversar. La isla que no es isla, La Boca bonaerense, las voces, la música y las postales salidas de cuento. Momentos inolvidables en un paseo imperdible enmarcado por el Riachuelo y el sello de la inmigración en la provincia de Buenos Aires.
Créditos fotos: Turismo Avellaneda
Museo Carpintero de Ribera
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