Este Martes dieron inicio las anunciadas charlas sobre drogadicción que da el Padre Facundo Beretta Lauría, párroco de “Cristo Resucitado”, de la Vicaría Episcopal para las Villas de Buenos Aires. Previamente, el Cura dio brindó una conferencia de prensa en el Salón de eventos de la Capilla del Luján en donde dio detalles del trabajo que viene haciendo. “Todo el mundo adulto debe hacerse cargo de esta problemática que tienen nuestros pibes”, señaló el Padre Facundo.
Sobre el tema a desarrollar, el Padre Facundo remarcó que “Nosotros vivimos en las villas que son grandes conglomerados de pobreza y seguramente tenemos una mirada muy diferente a la de los políticos en relación a esta problemática. Y por otro lado, quiero aclarar qué es y qué no es una villa. Normalmente uno tiene la referencia de lo que muestran los medios de comunicación respecto a estos lugares que es una mirada sesgada, restringida, porque muestran los lugares oscuros allí. Muestran la droga, la violencia que si bien son problemas de allí, también la villa tiene el 90% aproximadamente que es gente de trabajo, obreros, albañiles, empleadas domésticas, gente que se ocupa de ganarse la jornada día a día. La palabra “villa” no aclara nada sino que discrimina. Nosotros los llamamos “barrio obreros” y como barrios obreros tienen adicciones. Los dos grandes problemas que tienen son la droga y la violencia. También está en subempleo, el desempleo, escolaridad inconclusa y otro tipo de adicciones como el alcoholismo”, enfatizó.
En su disertación ante una interesante concurrencia en el Salón de la Capilla, el cura remarcó que “La población de las villas es una población joven. Desde muy chicos le llega a sus manos la posibilidad de fumarse un porro, y terminar consumiendo Paco. Podemos decir que la droga en estos barrios marginales es el rostro de la exclusión, y quizás el rostro más sangriento. La droga en las villas y como todas las adicciones, terminan destruyendo el sentido de la vida de los chicos y por supuesto de las familias. Nuestra experiencia nos indica que algo tenemos que hacer. Nuestro trabajo se basa en dos principios, uno la prevención que es todo lo que se puede hacer para que el joven no llegue a esa instancia en donde otro le ofrece droga en un pasillo. Para eso tenemos actividades de chicos, de salidas, de campamentos, escuelas de oficios, un montón de cosas que van acompañando la vida del chico hasta que crece. De ese modo, se trata de contener una probable situación. La formación de “líderes positivos” para nosotros es fundamental, que sea líder positivo para otro. Ante que otro le ofrezca un arma o droga, éste le debe ofrecer participar de una actividad, terminar el colegio, y que se vaya contagiando. Ese es un trabajo de prevención muy fuerte. Y el otro trabajo, el segundo aspecto, es cuando llegamos tarde porque el pibe ya está consumiendo. Hoy se habla de droga de “uso recreativo”. Nosotros creemos que en nuestros barrios marginales el término está de más porque no lo distinguimos entre recreativo o problemático, porque un pibe de nuestros barrios, comienza probando marihuana pero después termina consumiendo la peor de las drogas que es el paco, porque después de la marihuana viene el nevado, una pepa, una alita, y después llegamos a pasta base y luego el paco. Y para peor, no hay dispositivo para poder atender a esos chicos. El Estado tiene una inmensa ausencia de décadas en la atención de esta problemática. Y para los adictos pobres es un problema grande. No hay en toda la Argentina un centro capacitado para un adicto abstinente. Un chico que consume Paco o que está metido en las adicciones, se le generan problemas psiquiátricos, tiene trastorno bipolar, esquizofrenia, o una paranoia. Y además, el Paco genera problemas del orden neurológico. No es lo mismo la atención que puede recibir un pibe de 17 años, varón, que se paquea, que tiene esquizofrenia, a la atención que recibe una adicta embarazada. La respuesta no puede ser lineal como las que tenemos hoy en día. Por eso que la tarea nuestra de la Iglesia, en las villas, fue organizar un trabajo “cuerpo a cuerpo”, viendo caso por caso y contando con los recursos del Estado. Muchas veces el recurso está pero no se da el encuentro con el chico. Para eso se necesitan de las organizaciones intermedias. Todo el mundo adulto tiene que hacerse cargo del problema de nuestros pibes y jóvenes. Hasta que no entendamos eso, no se encontrará respuesta”.
Y no terminó allí su larga alocución ya que luego siguió diciendo “Nosotros buscamos que la familia sepa qué puerta tocar para pedir ayuda cuando encuentra que un hijo consume. Van al hospital y no tienen respuesta, van a una comisaría, a una defensoría, puertas de juzgados, que lo puedan internar. ¿A qué comunidad terapéutica lo mandamos? No hay una misma respuesta para cada caso. Hay que tener centros para recibir distintos casos” contó.
Sobre la despenalización del consumo de drogas, el Padre Facundo da su punto de vista señalando “tenemos una respuesta muy pobre para los chicos adictos. Creemos que es importante no criminalizar al adicto que no ofrece otra cosa que el pibe termine en la Comisaría. Sí creemos que no es el momento porque no hay nada para poder ofrecerles como respuesta a estos chicos. Si las entidades de gobierno vienen trabajando en la inclusión de los pibes, se podrá charlar el tema. Pero ahora nos preocupa que en las villas, el encuentro de los pibes con el Estado se da en dos momentos, se da en la Justicia cuando delinque o en el Cementerio cuando se muere o lo matan. En el medio que tendría que estar educación, salud, lo que hay es pobre e insuficiente. Ante una despenalización, los chicos decodifican el mensaje diciendo “ah, entonces se puede” y eso significa traer al consumo a un montón de chicos más. Y la verdad que la no atención de quien corresponde dar, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Esto es algo serio, que merece un tratamiento serio después de un trabajo comunitario adecuado”, dijo.
Si bien la charla tuvo demás características, el Paco también se llevó su análisis. “El Paco produce un efecto que dura muy pocos minutos por lo que necesitan de otro paco más y otro y otro para sostener los niveles de ansiedad estables. En promedio, un pibe que se metió en el paco? entre 200 y 300 dosis de paco por día. ¿Quien tiene 200 o 300 pesos en el bolsillo para consumir por día en drogas? Empiezan a venderle las cosas a la madre, les venden la garrafa, la plancha, la ventana, la ropa a los hermanos, generando problemas de familia y violencia, hasta que en algún momento la familia se cansa y lo echa de la casa. Y cuando ya no tiene nada más para vender, empieza a delinquir. Ese camino hay que romperlo en algún lado y es allí donde el Estado no entra. Nosotros llevamos cerca de 700 chicos recuperados con el 83% de efectividad del tratamiento. Todos tenemos que ocuparnos de esto. Nuestra consigna es “si nos corremos un poquito en el banco, entramos todos” argumentó.
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