Además de empresario, era un economista adelantado a su tiempo y su generación.
Tal vez a pocos les suene el nombre del economista y empresario Alfredo Martín Navarro, fallecido el viernes en Mar del Plata, pero todos identifican inmediatamente el shopping Los Gallegos, sucesor de la épica tienda del mismo nombre, establecimiento que fundó y dirigió con gran éxito. Estos íconos de la ciudad no solo representan su visión empresarial, sino que también han sido puntos de encuentro y referencia para generaciones de marplatenses y turistas.
Pero por sobre su rol empresarial (también ligado al campo), Alfredo fue un académico de fuste. Especializado en econometría y macroeconomía, Navarro tuvo una participación en la economía académica, como profesor de varias universidades (Mar del Plata, La Plata y la Universidad Nacional del Sur, entre otras), como presidente de la Asociación Argentina de Economía Política y, desde 1996, como miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.
Lo conocí en 1989, durante los tiempos difíciles de la hiperinflación, como lector de sus trabajos pioneros sobre vectores autorregresivos, técnicas que, veinte años más tarde, le valdrían a Christopher Sims el Premio Nobel. Los escritos de Navarro formaban parte del material de estudio del mítico curso de Hildegart Ahumada, la econometrista argentina que, en el antiguo Instituto Di Tella, introdujo la revolución de la “econometría dinámica” en nuestro ámbito. En épocas pre-Internet, saber que en Mar del Plata había un experto en estas técnicas de vanguardia fue una bendición para nosotros. Tras un breve contacto, acordamos organizar una serie de seminarios de lectura; los 400 km que nos separaban de la ciudad balnearia eran un obstáculo menor para nuestro joven entusiasmo.
Navarro era un economista adelantado a su tiempo y su generación. Mientras sus coeatanos descubrían la computación personal -via planillas de cálculo y procesadores de texto- Alfredo ya era un experto en los paquetes computacionales para análisis econométrico de la época, como RATS o TSP que, a diferencia de las plataformas actuales como R o Stata, requerían una sólida formación teórica, aun para obtener resultados simples. Navarro era preciso e inmensamente generoso con su conocimiento, que difundía en sus clases universitarias y en los encuentros informales que organizaba en su estudio.
Voraz comprador y lector de libros técnicos, Alfredo tenia asistencia perfecta a las reuniones anuales de la Asociación Argentina de Economía Política, donde compartía su curiosidad y entusiasmo todos, sin distinción de edades ni procedencias.
Años después tuve la fortuna de compartir espacio en la Academia Nacional de Ciencias Económicas, donde integró su Junta Directiva hasta su fallecimiento. El grupo de WhatsApp de la Junta es un triste testigo de sus últimos mensajes, de apenas hace unos días, donde, con energía envidiable a sus 90 años, se involucraba en las delicadas cuestiones de gestión de la Academia.
Que el nombre de Alfredo Navarro reverbere menos que el de sus emprendimientos y contribuciones a la economía argentina es un reflejo de su perfil sutil y generoso. Nos deja un noble caballero de la profesión. Se lo extrañará.
Por Walter Sosa Escudero – LA NACION
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