La Biblioteca entregó los premios del concurso literario de fútbol – Ganó Matías Sarramida

El pasado 23 de diciembre se realizó la entrega de premios a los ganadores del Concurso Literario: «Historias de nuestra pasión… el fútbol». El primer premio fue para Matías Sarramida, con el cuento: «El penal»; el 2do Premio fue para Angel “Pocho” Guisande, con el cuento: » El único canchero que hay acá es Olaeta» y Mención Especial,  Isaías Algañaráz con el cuento: «Aquella lectura».

 

El jurado estuvo integrado por los Profesores Malena Giúdice, Mercedes Azar y Pablo Tusq. GRACIAS por colaborar siempre con la Biblioteca. GRACIAS A TODOS LOS QUE PARTICIPARON DEL CONCURSO!!!

 

El penal

El penal, el duelo más cruel inventado por el ser humano a lo largo de toda la historia. Ni en el  lejano oeste existía tanta crueldad, donde aquel individuo que perdía no tenía la chance de sentirse derrotado. En este verdadero duelo fatal de los doce pasos, el perdedor no tendrá la suerte de morir, vivirá para sentirse derrotado, angustiado y reprocharse eternamente poder haberlo hecho mejor.

 

Y ahí está él, el Ruso, caminando el sendero sin fin de la mitad de la cancha hasta el punto que definirá su destino. A pesar de la infinidad de dicho trayecto, difícilmente se acuerde qué pensaba entonces, la memoria se le borra para volver a funcionar en el preciso momento que se encuentra delante del balón. Si convierte, el campeonato será suyo. Mira al árbitro, lo saluda con un débil apretón de manos, observa hacia abajo, ahí está ella, el amor de su vida, la pone entre sus manos, le da un beso con los ojos cerrados demostrándole el amor que siente, la deja en el suelo y comienza a tomar distancia, cuatro simples pasos, cuatro pasos hacia la gloria o la cruel derrota. Levanta la cabeza y se pregunta: ¿En qué momento el arquero creció un metro más y engordó treinta kilos? ¿Y el arco dónde está? En el movimiento zigzagueante del arquero, detrás de él, logra ver algo muy pequeño, estando casi seguro de que ése es el arco.

 

Mira nuevamente el balón, ve que no está bien posicionado, pero decide dejarlo así, todos saben que quien acomoda dos veces el balón está demostrando miedo. Se pregunta dónde patearlo. “¿Y si la pico?”. Si lo mete de esa forma la gloria lo abrazará para no soltarlo jamás, si lo yerra tendrá la suerte de ser asesinado (probablemente) y no sentirse derrotado. Sacude la cabeza y deja de tener estos pensamientos tontos, decide abrir el pie para acomodarla suavemente junto a  un palo.

 

Llega el momento, mira otra vez al árbitro y el mismo da la orden. Primero, segundo, tercer y cuarto paso, su pie impacta el balón, le clava la vista, ve como éste va directamente donde él quería, allá lejos contra un palo. Allí va él, flotando en el aire, el Ruso lo mira, ve la belleza de la imagen de la pelota en el aire y la red allá en la distancia detrás de ella. Pero algo enturbia dicha imagen, es un guante blanco que aparece e intercepta el balón.

 

Lo peor había sucedido, se toma la cara y se desploma en el suelo, las lágrimas no van a tardar en llegar. Empieza a sumergirse en el mar de la derrota, piensa cómo hará para levantarse y volver nuevamente a donde estaban sus compañeros, allí en la mitad de la cancha.

 

Piensa cada palabra de aliento que le darán, a pesar de que por dentro, no tienen ganas ni de tocarlo. Abrazos vacíos y palabras poco sinceras esperarán por él.

 

Pero algo nuevamente vuelve a suceder. Escucha el pitido del árbitro, se reincorpora, mira a su derecha viendo cómo el arquero discutía con el juez de línea ¡Anularon el penal! Sí, la vida le estaba dando otra oportunidad. La gloria estaba ahí cerca de él, nunca se fue, lo sigue esperando.

 

El árbitro se acerca y le da la pelota, vuelve a besarla, esta vez con más amor, la coloca en el suelo, y vuelve a tomar distancia. Irónicamente decide alejarse de  la gloria aún más y toma seis pasos de carrera. El momento no le permitía pensar en nada, solo quería pegarle a la pelota y verla dentro del arco, no quería más que eso. Nuevamente escucha la orden y comienza la cuenta regresiva. Seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, el momento con mayor oxígeno disponible en toda la cancha era ése, nadie respiraba en aquel instante, cierra los ojos y le pega, no los vuelve a abrir hasta que el grito de gol llegó a sus oídos. Sin saber por dónde entró, sale corriendo con los brazos abiertos mirando al cielo, es abrazado por su arquero, se dejan caer, desde el suelo ve a sus compañeros que vienen corriendo como un ejército espartano pero con intenciones benévolas, todos se tiran encima de él, la gloria lo abraza más fuerte que nunca, el grito de campeón sale de su boca y de ninguna otra más, es el momento más feliz de su vida, el campeonato estuvo en sus pies y no lo decepcionó.

 

Pero qué es esa voz que oye a lo lejos, presta mayor atención a lo que dice y escucha:

 

” Ruso… Ruso…Ruso”. Era la voz del Negro. ¿Por qué el Negro no está en los festejos? ¿Dónde está que escucha su voz y no lo ve? Finalmente cierra los ojos muy fuerte y los vuelve a abrir. Sí, está en la mitad de la cancha parado al lado del negro que le dice:

 

-¡Ruso! ¿Qué te pasa? ¡Dale vas vos! ¡Hacelo por favor!

                                                                                                                      Nano.

 

“El único canchero que hay acá es…Olaeta”

 

(Esta anécdota me la contó el “Cubija” González, un conocido masajista de Ayacucho, que estuvo atendiendo a distintos equipos y a la Selección).

 

Corría el año 1984 y Defensores con Carlitos Bontá a la cabeza y un grupo amplio de colaboradores, quisieron formar un equipo de fútbol con intenciones de campeonar en la Liga Ayacuchense. La primera búsqueda fue quién conduciría el equipo como técnico. Enterados de que un ex futbolista, con pasado en Sarmiento y en la Selección, regresaba a Ayacucho y abría un comercio cerca de la entidad de la calle A. del Valle; lo fueron a entrevistar para que se hiciera cargo del primer equipo. La charla resultó muy buena y los defensoristas fueron muy contentos a hablar con la Comisión Directiva en pleno. Lo único que pedía este señor, el apoyo completo en su trabajo y el respetar sus decisiones. Así fue como los tricolores ya tenían su Director Técnico.

 

Se formó un equipo, para pelear el torneo con jugadores de experiencia y jóvenes. El técnico había programado un intenso trabajo de preparación con un buen preparador físico, kinesiólogo y ayudantes de campo. Entrenaban de lunes a viernes y también en días feriados, utilizando el Cicles Club y la cancha auxiliar del Estadio Municipal. Defensores arrancó bien el torneo y venía invicto. Jugaba el domingo contra Independiente, uno de los equipos más competitivos y que tampoco había perdido encuentros. Era viernes, feriado, y el equipo a las 10 de la mañana estaba trabajando en el estadio. Muchos jugadores había ese día. El N° 5, un atildado jugador, con mucho estado y presencia en la cancha, se acerca al técnico quien le pregunta:- ¿Qué pasa Marangoni que no entrenás? Y éste responde:- Me duele mucho la rodilla…y prefiero no arriesgar.

 

Terminó la práctica y los jugadores después de ducharse, se juntaron con el Técnico y éste les comunicó que el domingo, el partido se jugaría a las 15:30 horas, pero que debían estar en el vestuario a las 14:30.

 

Llegó el día y el vestuario estaba lleno de jugadores y fervorosos dirigentes. El DT les pidió que solamente quedaran los jugadores porque iba a dar a conocer la formación. Ya se habían cambiado, según partidos anteriores, titulares y suplentes. Empezó por el arquero, los cuatro defensores, porque hacía un 4-3-3. Cuando llegó al medio campo, en vez de entrar el N° 5 (Maranga) puso en su lugar a un jovencito, de muy buen manejo de la pelota, de rápido correr, calladito y un buen ejemplo de persona. Allí el titular (Maranga) que ya estaba cambiado, esperando que le entregaran la camiseta N° 5, devolvió las ropas del equipo y sin decir ninguna palabra se cambió y se retiró del vestuario.

 

Comenzó el partido, y el recién ascendido jugador, el N° 8, al que le decían…”El Tordo”…empezó a manejar el mediocampo tricolor, quitando y realizando unos pases que luego sus compañeros convertían en gol…realmente la rompió..al decir de los tribunados. Fue una labor por demás descollante…ganó Defensores por 5 a 2 y el último lo convirtió el “Doctor”, que con buen dribling eliminó a dos defensores y cuando enfrentaba al arquero, se la puso por arriba con vaselina…golazo y todos sus compañeros fueron a abrazarlo…no salía de su asombro; le habían dado una oportunidad y realmente la había aprovechado.

 

Terminado el partido, el vestuario tricolor estaba lleno de eufóricos dirigentes, jugadores y también hinchas…había terminado la primera rueda y eran punteros e invictos; el lugar era puro grito y festejo. De pronto, un silencio total. Entra al vestuario, el N° 5 (Maranga) y dirigiéndose al Técnico le dijo: – ¿Puedo hablar con usted? Y éste le respondió… Sí, Señor, espere que me cambie y estoy con usted.

 

Una vez frente a frente, jugador y técnico, el primero le preguntó: -¿Por qué me sacaste? …y el Técnico le respondió: – Primero, por cuidarte, porque si estabas lesionado, te tenías que recuperar…y segundo porque acá el único canchero que hay es Olaeta (era el encargado de cortar el pasto y acondicionar el field único) y vos no estabas lesionado y de esa manera le faltaste el respeto al resto de tus compañeros y a mí también.

 

Nota: El “Tordo” siguió jugando con notable desempeño y recién después de cuatro fechas, Maranga volvió a ponerse la N° 5. Defensores salió campeón y cada vez que el “Cubija” González me cruza, me dice: – Acordate…que el único canchero es Olaeta…mientras me sigue con su motocicleta a tiro.

                                                                                             Wing Derecho.

 

 

Aquella lectura

 

Desde que tengo memoria me gusta el fútbol. Creo que antes más que ahora.

 

Todos los miércoles salía corriendo para el kiosco de Cacho Eseverri, que estaba a una cuadra de casa, y él ya sabía lo que estaba buscando.

 

Me imaginaba las fotos, a quién le habrían hecho reportajes y si Boca había ganado ya lo saboreaba desde el lunes.

 

Antes de mirarlo al kiosquero, lo buscaba en el mueblecito, al lado de las golosinas, donde descansaban.

 

No recuerdo hacer ese trayecto de ansiedad entre casa y “lo de Cacho” sin llegar agitado, rogando encontrarme con ella.

 

En Buenos Aires salía el martes pero a Ayacucho llegaba el miércoles a la tarde o jueves.

 

En la parte superior de la E mayúscula del título, Cacho ponía mi nombre abreviado, así yo leía Isa, esa revista era para mí, El Gráfico era mío.

 

En el transcurso hasta mi casa sólo veía la tapa y leía los títulos. La había esperado una semana y no podía dilapidarla en una cuadra.

 

Llegaba a casa, me sentaba en el sillón y comenzaba el ritual: abrirla, cerrar los ojos y olerla. Ese aroma a tinta fresca al día de hoy no se me olvida. La cuidaba como un bebé ¡Cuidado con doblarla!

 

La ceremonia continuaba.

 

Quería que durara pero la curiosidad me podía y seguía leyendo. En un día la liquidaba.

 

Me conocía todas las secciones, además, cuando nos juntábamos con mi primo Eduardo, competíamos a ver quién sabía más y nos interrogábamos con la ayuda de La Jornadaestá aquí que era el resumen de la fecha con la lista de todos los partidos, los resultados y formaciones de todos los equipos.

 

– ¿De qué equipo es Del Mul?- preguntaba mi primo.

 

– El 4 de Racing de Córdoba.- le respondía con seguridad.

 

Hace unos meses, el viejo me preguntó:

 

– ¿Qué vas a hacer con esos Gráficos? Están ahí en el garaje y se te van a estropear.

 

Los fui tomando por años ya que los había ordenado previamente de ese modo hacía mucho tiempo. Años de los torneos Nacionales, del Boca del loco Gatti, de Bochini que mira el horizonte y la lleva atada, de la aparición descollante de ese pibe llamado Borghi, del Bambino técnico en River con Francescoli como estandarte, del Mundial 86 y el orgullo de ser los mejores por tener al mejor, del Racing de Rubén Paz y su pegada mágica, del Newells del loco Bielsa, del Central campeón con el negro Palma sublime, del Mundial 90 y esas lágrimas de derrota pero también de orgullo, de Diego con la medalla sobre su pecho, y muchísimos momentos/recuerdos más.

 

Les fui sacando la tierra que tenían después de tantos años de penitencia.

 

Los fui limpiando uno a uno, sacándoles el polvo con el cuidado de un arqueólogo. Los cargué en el baúl del auto y ahora están acá, conmigo, en mi biblioteca.

 

Podía decir que la revista El Gráfico me introdujo en el placer de la lectura.

 

Me quedé pensando, qué haría con ellas, en tiempos de Olé, páginas deportivas cibernéticas y más de seis canales deportivos.

 

Me aconsejaron que los vendiera en Parque Rivadavia, en Buenos Aires.”Pagan muy bien”, me dijeron.

 

El problema más grande radica en conocer el precio de estas revistas, pero los que me aconsejaron la venta no conocen en lo más mínimo su valor…

 

…el valor de la infancia, de la lectura, del fútbol y de la ilusión.

 

Es el valor inigualable del picadito que sigue vivo en mi corazón.

 

                                                                                              Isalga.

 

 

 

Comentarios

Deja un comentario